Artículo publicado en HOY el 28 de Octubre de 2011, por Ángel Suárez, Profesor Titular de Universiad de Didáctica de la Matemática de la Universidad de Extremadura. Siempre es conveniente que las sociedades miren atrás para recuperar sus señas de identidad, y más en tiempos como éstos, de crisis no sólo económica, sino de muchas cosas. Por eso, no está de más que Badajoz haga un ejercicio retrospectivo y recuerde su pasado cultural, porque sobre esta materia estamos ciertamente escasos.
El ejercicio de memoria que propongo nos transporta a 1886, exactamente al 30 de octubre, cuando el Teatro López de Ayala es, por fin, inaugurado. Fueron más de veinticinco años de incertidumbre los que se acaban con esa inauguración. No sé decir si es normal que un teatro tarde en construirse más de veinticinco años, pero en el caso del López de Ayala estaba justificado.
Por entonces Badajoz era una ciudad de apenas treinta mil habitantes, sin alcantarillado, sin apenas aceras, con calles por asfaltar, con enormes problemas de salud pública, con mucha población jornalera en paro y todavía escasa proyección comercial. Aún así, se disponía a cumplir un sueño; mejor, casi un imposible; convertir en realidad lo que pocos, muy pocos, creían realizable.
Más de un millón doscientas mil pesetas (¡qué lujo para esa época!) invertidas por el Ayuntamiento de la ciudad, obtenidas de la venta de propios y de endeudamiento; obras paradas y vueltas a reanudar, cuando había con qué costearlas, para, al final, venderlo a los constructores por sólo el diez por ciento de lo invertido, unos 750 euros de hoy, gracias a lo cual verá el final.
Tanto esfuerzo económico, tanta ansiedad y espera entre la población, bien mereció, es verdad, otra clase de inauguración. No era necesaria tanta sobriedad,precisamente el día que más debió celebrarse; como si lo que se ponía al servicio de la ciudadanía hubiera sido una cosa de nada; vamos, algo sencillo, sin sacrificios ni angustias. Gente `extraña´, como la definía la prensa de la época, ubicada en las mejores localidades, escasa iluminación con tubos rotos y ahumados, escasez de asientos para el público y, sobre todo, ausencia de ceremonial; así se
inauguró el teatro aquella noche del 30 de octubre de 1886, hace ahora ciento veinticinco años.
Cuando cien años después de su inauguración, en la década de los ochenta del pasado siglo XX, se planteó la restauración y recuperación del Teatro hasta dejarlo con el aspecto actual, nuevamente surgieron los `fantasmas´ de su venta y eliminación, como durante su construcción, tantas veces cuestionada y puesta en entredicho, calificada de `delirios de grandeza´ de una ciudad que todavía tenía que repartir pan a los pobres a las puertas del Hospicio. Esto sí que era `pan y teatro´, sin disyuntivas, ambas compatibles; ambas necesarias.
Esa lucha por la supervivencia del Teatro López de Ayala; esa tenacidad de quienes perseveraron en dotarnos con este `lujo´ cultural, bien merece un reconocimiento y una reflexión acerca de lo que la cultura representa para los pueblos, conscientes que apostar por ella será ruinoso en lo económico, pero necesario en lo social y espiritual.
Es difícil valorar qué nivel de influencia ha ejercido el Teatro López de Ayala en la vida de la ciudad y de sus gentes. No darse cuenta de ella no quiere decir que no haya existido. Como siempre ocurre, la importancia de las cosas la suelen destacar los de fuera. Cuando Badajoz contó con un teatro como el López de Ayala, las mejores compañías teatrales y de zarzuela incluyeron la ciudad en sus recorridos de temporada. Nuestra ciudad fue lugar de paso obligado camino de Lisboa. Por su escenario pasaron artistas de primerísimo nivel; la ciudad se convirtió en referente cultural, no sólo dentro de la región, sino también para nuestro vecino Portugal y la gente encontró un lugar de diversión y asueto para distraer las penurias del día a día.
Las temporadas teatrales se prolongaban desde octubre a febrero; había funciones casi todos los días de la semana, muchos día hasta dos; la asistencia media rondaba las 700-800 personas y qué decir de ese nueve de febrero de 1899 cuando la función organizada por las damas de la Cruz Roja a beneficio de los repatriados de la guerra de Cuba, y representada por aficionados, contó con la asistencia de más de 1500 personas, por encima del aforo del Teatro, ¡una auténtica locura!
Cuando la gente acudía a las 8:30 de la noche a las funciones del López de Ayala sabía que asistía a una fiesta cultural. Las funciones se prolongaban, con frecuencia, hasta pasada la medianoche. Tras un `aperitivo´ a base de una obra en un acto, una pieza musical o un concierto breve, se representaba la obra principal(comedia o zarzuela) generalmente en tres actos. Después, otra pieza menor o una rifa. Es fácil comprender que nadie quisiera irse a casa. El problema venía a la salida. La ciudad apagaba sus faroles a las doce de la noche. Volver a casa a oscuras y por calles sin asfaltar era una auténtica odisea; no queremos ni imaginar cómo sería en invierno, con las calles embarradas y encharcadas. Pero, había valido la pena.
Cuando se rememoran cosas, ya lo decíamos, constatamos las dificultades y valoramos los logros. Poder contar que el Teatro López de Ayala cumple ahora ciento veinticinco años de existencia, con sus luces y sus sombras (como todo), debe ser un orgullo y un acicate para continuar apostando por la cultura, dejando herencias, al menos, como las que nosotros hemos recibido.
Ángel Suárez Muñoz
Investigador sobre el Teatro en Badajoz